Trombas
Trombas desfilando con estruendo,
ejército de Furias levantando espumas irritadas,
golpes de viento sobre piedras y rocas somnolientas,
yo, batida por el filo del agua enmohecida
que acarrea detritus entre brumas
y quejidos ancestrales.
Mar abierto al espacio que se hunde,
haz de sombras sobre el astro rojizo
hincado en la marea,
luz añeja deambulando sin retorno
como llanto estéril bajo el manto de la Nada.
El lamento cumple su mandato,
espinas trocean las estrellas,
la bestia calla en su guarida
y el Tiempo, en el fuego macerado,
presencia el final
de la Palabra.
Vagabundo
Sucedió que al alba
la historia volvía a repetirse,
la que oía de niña
disuelta entre las sombras
y que hacía retemblar
los remansos de mi alcoba.
La Mar había quedado en tierra
y, como si el viento fuera un vagabundo,
llamó a mi puerta
entre harapos de agua y desventura
buscando entre mis rosas
la canción que se desliza en los aleros
y desnuda los clamores.
¿No oís lo que trae desde tan lejos?
Paso mi lengua
Paso mi lengua
por la última queja de la tarde,
párvulos sones fruncen mis oídos
y el viento reaparece
como un breve fantasma
que llegase de alta mar.
Es la hora del pájaro sin canto,
del tiempo perdido en otro tiempo,
de incendios arribando a lugares sin nombre,
Noche perdida…
Llanto en hilachas…
Claustro de mi cantar.
Vasija de barro
Vasija de barro encinta
de vino ensangrentado,
que cubra tu humedad
mi piel reseca
y se haga de calor
el tiempo añejo
para hacerme de uva en tu regazo
y boca ardiente
que besara la copa
del olvido.
En el sudor de la misericordia
En el sudor de la misericordia
mi llanto asciende
perdido en el ser de otro
abatido por la soledumbre,
por el viento que chirría en el alero
de noches abiertas al oráculo
del mal y de la muerte,
por el cieno repartido en rastrojos
de mundos entre las sombras crecidos,
por la ira agostada bajo el sol
de sus labios calcinados y yertos...
Perdido mi ser
en ese otro ser
perdido.
Cuando entré en la tarde
Cuando entré en la tarde
me acerqué al limonero
conversamos bajo el viejo arco
y volví a la canción
que decía de besos escondidos.
Después,
la noche alcanzó la sombra nueva
veló la semilla iluminada
y entonces, ungidos de silencio,
enterramos la raíz de los recuerdos.
Estupor
Estupor en mi garganta,
la noche escupe su tiniebla.
Y el alba, borrando poco a poco
la oscuridad y su diadema
de estrellas en vacío
sin un soplo de aire a sus espejos,
me revela empapada en mis asombros
la razón de su existencia:
vida para su muerte engendrada
muerte, muerte en vida al fin
con su silencio en el pétalo
ya ido.
Te he pensado
Te he pensado
como si fuera un niño
descubriendo su boca al pronunciarte,
vagando por el recuerdo
de tu labio en desamparo,
escondiendo su llama
en la cárcava oscura
de nuestro tiempo perdido.
Qué luz me trajo tu sombra
y la expuso a mi noche
mutilada y sola.
Qué pavor asomó tras la penumbra
de tu ausencia y tu silencio.
Qué amor recorrió la vena de mi pulso
e hizo arder sin miedo las campanas.
Qué dolor subió a mis párpados
y aupó de nuevo su llanto.
Qué dolor.
Quisiera ser
Quisiera ser
sepulcro blanco de la muerte,
blanco de gaviota,
blanco de Luna sola
frente al Mar.
Borrar la negrura
que nutre de dolor el gran silencio
aterido en las sombras coronadas
del averno.
Aventar cantos de siembra
sobre el humo del olvido
y otear del horizonte
un blanco ocaso,
blanco de luz hambrienta
que nos arde.
Tú, el invisible
Tú, el Invisible,
viniste a mí desde el abismo
queriendo profanar a solas
el templo de mi cuerpo,
en el silencio donde tu maldad se emboza
de la mirada que aún ignora
el horror que te aplasta en la tiniebla.
Sentí tu tacto, ávido,
recorrer mi rostro adormecido,
musitar palabras germinadas
en pútridos rincones de miseria,
lancear espejos desquiciados
sobre mis ojos que otearon
la triste mirada de tu orgullo.
Exudabas dolor por tus costados
relamidos por lenguas oscuras del averno,
pareciendo así
un dios pequeño ante el trono
que la luz hubiera traspasado
con sus tenues alas de cristal.
Entonces,
alcé mi mano hacia ti,
-que no digan que la noche
hizo ciegas mis pupilasrocé
tu boca maldecida,
me retiré al umbral
de una penumbra piadosa,
dejé caer mis párpados al mundo…
y lloré.