Viernes, 27 de enero de...
Sólo queda una gota de whisky en la botella.
El animal, enfrente de su vaso, ya vacío, se ha mirado las manos inactivas y piensa... Piensa en la plenitud de músculos y hambre, arriesgando capturas donde la sangre corra. Hoy no quiere salir. La parálisis pétrea de sus miembros de félido, humildemente esperan la transfiguración en pálpito felino. Es por esto que espera; que permanece quieto, sentado, pensativo, mirándose las manos dubitativo y manso.
Afuera está lloviendo. Una sombra -una presa- cruza la puerta abierta y el animal se llega en un cóncavo abrazo.
Está lloviendo y sobre la sed mustia, caen lágrima silentes como pétalos leves...
¿O acaso llueven rosas? Rosas, rosas, las garras se desbordan colmadas. La boca engulle rosas: es un jardín nocturno colgado de sus labios.
Germinan rosas en las gotas de lluvia, que la sombra-animal descubre sobre el cuerpo chorreante de sangre.
De Diario breve de un depredador
Granada España
El amarillo soplo del otoño, madura los membrillos que penden en el árbol del íntimo jardín, abierto hacia el paisaje. El cendal cóncavo que envuelve a la ciudad, ilumina el celaje donde un ángel ingrávido navega hacia el poniente levantando su espada. El apogeo de cirros, que el horizonte incendia, hasta la nieva eleva el rubor del ocaso. Distínguense las cúpulas, murallas y espadañas, difusas en la bruma cobriza de la tarde. Se yerguen los alcázares es sus bermejos muros, proclamando la estirpe de la sangre agarena. Un ave vespertina canta oculta en la umbría, donde el rumor del río discurre soterrado. Del pecho de la nieve, otro río se descuelga, reptando con su frío caudal hacia la vega, que nutre y atraviesa con su vena de plata. Suben los laberintos urbanos hacia el monte, donde la luces tenues comienzan a encenderse. Destellan en el ámbitos los altos miradores, ardiendo en el reflejo de oro del ocaso.
La medialuna clara, por los montes asoma.
De Memorias de siete leguas
Ciudad del cuerpo
Pisa la mano sobre la carne abierta.
Las lenguas, como libros espléndidos y sabios,
lavan la baba de los cuerpos gloriosos,
salvados de la uña dolorosa y punzante.
El alba suculenta,
con amplitud de leche derramada,
amamanta colgantes jardines luminosos.
No Babel; Babilonia, tras sus puertas magníficas,
muestra cien avenidas de esfinges y de toros,
al asombro profano del labio y los aromas.
Los Amantes, cual arpas astadas y secretas,
despiertan al deseo de dedos musicales.
Lácteos parques. Apacibles estanques,
donde la piel se baña y el deseo se sumerge
en un obscuro tacto de sierpes perfumadas.
Donde el río da la vuelta
y las lanzas traspasan la herida derramada,
sobre los ricos lechos, con fiebre de monarca,
la pasión se desborda en cauces milenarios.
E inmersos en las aguas turbulentas y heroicas,
fluyen los ciudadanos deshechos en el éxtasis,
sobre sábanas níveas,
que a la ciudad recorren y abandonan.
De La Danza de los Dones
Sin título
Buscas amor
debajo de las piedras,
mas sólo encuentras
furtivos alacranes.
A tu señuelo
ni la rapaz se acerca.
Huyen las alimañas
si aparece en escena
el personaje
que te habita y no eres.
Mendigas ya
el amor que te falta
y que, en errantes sueños,
te excita y abandona.
Cuando la luz del alba
te baña en la carencia
y de tu carne irradia
el ansia luminosa,
buscas el cuerpo
en otro cuerpo ausente
y el vacío te confirma,
del amor, tu destierro.
De Estado Carencial
Sin título
Una mínima inflexión de tu voz
abre su boca
y me revela:
que estás bebiendo
más que de costumbre;
que haces literatura de la droga;
que las cosas se pudren
lejos de donde deberían estar,
porque no están donde estaban
y donde estaban, ya no están.
Que te olvidas de mí
serenamente,
mientras que gime el pájaro
enterrado en los sótanos.
Que yo no puedo andar
y tú no paras
de bailar y bailar,
enredando en tus manos
en las cuerdas del viento.
No sé qué pasa,
pero este puzzle sideral
no encaja.
¡Antes era la luz
la que mecía la casa!
Sin título
Hoy me rozas los labios
nuevamente,
pero la piedra trémula
que sepulta los míos,
revela el traumatismo
de la memoria herida.
La costra transparente
del ente imaginario,
cruje y se acuesta
sobre tu cuerpo tibio.
Y, dentro, mana el llanto
como una fuente oculta,
donde abrevan las bestias
que emergen de la sombra.
Beso glacial,
del congelado hermano,
que aúlla por las tundras
bajo noches errantes.
De Entes
Sin título
Deseo inane
que la mujer sepulta.
Nadie alcanza el secreto
del motivo del alba.
Nadie arriba a tu ser.
Las miradas indagan
y pasan como peces
que la corriente lleva...
Noche voraz
en que la sombra oculta
los colmillos de hielo
que devoran tu alma.
Mientras la fiesta avanza,
el corazón se hunde
en la marea
de los rostros anónimos.
Danza y la ves; la miras;
la deseas.
Nunca manche tu frente
este dolor intacto.
De Estado Carencial
Sin título
¡Es el final...!
que siempre prolongamos.
La decisión cincela
el rictus de la cara.
Tú buscas la salida
desesperadamente,
a otra región, o espacio,
o inhabitado campo
donde seguir andando
a cuestas con tu sombra.
De Entes
Luna en el Nilo
Baja la luna lenta
flotando sobre el Nilo.
Desciende como un labio
de ébano sediento
que deposita exangüe
el reflejo de Nubia.
Arrastra sedimentos
y garras de granito
en la crecida vena
caliente del desierto.
Fluyen las aguas calmas.
En su errante pupila
llevan el sorbo tibio
de las yuntas sagradas.
Se aleja el cauce lento:
hacia el Delta discurre.
Pasa como un lamento
bañado por la muerte.
Carretera a Meidun
Un alacrán se tuesta
sobre el bidón vacío.
La línea de asfalto
se pierde al horizonte.
Cae el sol como el filo
de un hacha cegadora.
Nadie transita el ámbito.
Reverbera el espacio.
sobre el espejo ardiente
levita una pirámide.
De Oculta Sed del Nómada
[Flash]
De las sombras emerge.
Me mira.
Me traspasa.
Él es el rostro
de la fascinación.
De Entes
[Hara-kiri]
Toma la espada
que boga por el ámbito.
Alcánzala. No dudes.
Clava el dolor punzante
al este de tu vientre.
Ahonda más en el boreal labio.
Cruza, veloz, la mano
hacia el lado contrario.
Ábrete en dos. Respira.
Acabas de casarte con la muerte.
De Entes