El joven fraile
Y pensar que nadie desabrochará mi camisa
con manos de paloma,
ni hará caracoles en el vello de mi pecho
porque ya tengo un amor que es Todo y Nada...
Y saber que soy un guerrero
que reza como un almendro.
8 de junio
Nací el 8 de junio.
Toda la luz se derramó en mi sangre,
pero hace tiempo que no encuentro
ni la luz ni mi sangre.
Pensé que era mejor poner mi vida
muy lejos de las cosas que he querido,
muy lejos de las cosas de este mundo,
muy lejos de tu amor, que ha sido el mundo.
Me fui fuera de ti
para poder volver un día
curado de la bestia que me ocupa.
Pero la bestia se ha hecho grande,
tan grande como puede hacerse un hombre,
y vamos los dos juntos de la mano
camino de la muerte:
¡si me vieras!,
los ojos que quisiste son agujas
clavadas hacia dentro.
Soy uno de esos hombres que desguaza
las flores con sus botas de jinete.
Consumo polen ácido,
comulgo reno crudo, escupo arcilla.
Me digo con palabras que les lamen
los ojos cancerosas a los ciegos.
Confieso que he bebido cera hirviente
tratando de sellar todas mis puertas.
A veces, si mi bestia se ha dormido,
planeo una manera de escaparme:
me visto un traje nuevo, me anudo una corbata,
mas, vueltos al espejo mis dos ojos,
descubro que me mira un hombre muerto.
Y entonces, inhumano, desterrado,
retorno al colchón sucio de mi siglo
y cumplo un año más lejos de todo.
No he vuelto a escuchar luz.
No he vuelto a besar pulso.
Me alumbran y devoran la garganta
estrellas tan brillantes que son negras.
Mas dejo testimonio de que todas
las noches de mi vida he pronunciado
tu nombre con gemidos animales.
Tan fuerte te he llamado que no existe
frontera entre el aullido y mi persona.
Quizá sólo fui alguien un instante
del 8 de aquel junio de aquel año,
lo mismo que son hombres los que lloran
y dejan de existir los que no aman.
I Elegía
y enterrar a los muertos. Mi querido
Javier: esa es la última manera
de amarte de entre todas las maneras
de amor que en este mundo son posibles.
Darle tu cuerpo a la ceniza, mi guerrero
Javier, para el que nada era bastante,
mi vehemente
corcel, que alimentabas tu alegría
con polen de amapola y nieve amarga
y ahora ya no tienes alegría,
amigo sepulcrado, y ni tu rostro
refleja lo que fuiste: potro en vuelo.
No tiemblan tus arterias a deshora
colmadas de traspasos y de escarcha
ni acudes a mis ojos, como antes,
después de estar perdido 9 días,
9 nocturnos días, entre bocas
que muerden tus pezones y te escupen
y vuelven a morderte y te intercambian
de gramo en gramo, cuerpo en cuerpo,
mientras tu corazón busca el olvido.
Pero esta vez volviste sin olvido
y fue el dolor tan obvio que encontraste
descanso en el batir de otras espumas.
No vas a regresar hasta mi vida
en busca del perdón que siempre hallabas
en atrio de mi labios, mi silencio,
mi forma de quererte de otra forma
que nunca te bastaba y sin embargo
sabías que era amor, que era amor limpio.
Yo quise de tu ser la lumbre ebria,
no un rayo que la noche se tragara.
Y ahora, todas juntas, las tormentas
me entregas en tu cuerpo amoratado
para que con mis manos en un surco
de estiércol y de sombra lo abandone.
Javier, tanta fiereza ¿dónde ha ido?
Y aquella bruta fuerza ¿qué alimañas,
insectos y raíces alimenta?
¿Por qué has querido darme por destino
ser casa de tu nombre y estas uñas
que no puedo limpiar y con que araño,
Javier, mi corazón, que fue tu almohada
y es hoy tu sepultura y mi desvelo?
Javier, hermana furia, sangre amiga,
¿qué vínculo verbal no has desatado
entre esta muerte mía y el exceso
de amor que en cada abrazo te encelaba?
II Responso
Que los potros de Cristo te salgan al encuentro.
Que canten para ti los coros de los ángeles
y que el gesto rotundo de tu animal mandíbula
sea ya, solamente, belleza.
Espero que ahora entiendas mis lágrimas absurdas
sobre el cuerpo del mundo tantas veces vertidas.
Porque esos manantiales, que riegan las praderas
que ahora estás pisando, son pena trashumada
que mi llanto por ti –Javier, el de los ojos
oscuros y palomas, Javier, el de los brazos
palabra y arteriales- roció sobre las verdes
llanuras de la patria. Yo quiero que descubras
en esa luz total, que, al fin, todo lo explica,
que el llanto que se llora sobre el cuerpo de un hombre
engendra en el Edén arroyos de agua virgen
para aquellos que amamos en este valle oscuro.
Bebe en ellos, Javier, guerrero hermano mío.
Tú que estás en la vida, no te olvides de mí.
Emmanuel
Cuántas veces, Emmanuel, he querido
mostrarte lo que sé para que tú me digas
las cosas que no pueden aprenderse.
Yo te hablaré de Ulises, que viajaba
buscando a su familia. Y de Francisco
que huyó de su familia hacia la nieve
y fue misericordia entre los lobos.
De Eckhart, de Hildegarda, que en la nada
abrieron una puerta a lo que oriente
tenía de común con occidente
por sendas del amor, que todo lo abre.
De Edith, la judía, y Federico
que amaron contra el tiempo de su tiempo
y fueron sepultados en la noche
de todos los espantos de algún tiempo.
Un día te diré por qué mi voz es tan terrible
aun siendo, como soy, un hombre bueno.
Y tú serás la más honda alegría,
mi vida en otra vida, mi terrible
razón para abrazar el signo incluso
del tiempo que no tengo por delante.
Tú, con tus 4 azules años,
el hijo de mi hermana, mi otra alma;
mi amigo, mi Emmanuel, el compañero
del siglo que sin ti no emprendería.
Grúas
Me conmueven las grúas en invierno.
Parecen estar vivas y cumplir
su vértigo llenándose de grajos
que bordan en su acero un pentagrama.
La esencia de las grúas son las aves
de paso.
Las cruces de este siglo,
donde todo se mueve, son las grúas:
inmóviles, calladas, imposibles.
Yo he querido ser grúa muchas veces,
recibir la nevada antes que el mundo,
los pájaros, los rayos matutinos,
y ser desmantelado cuando acabe
la obra en la que elevo humilde carga.
Las grúas son amigas de los pájaros.
Que vengan y se posen en mis hombros
mientras huyen del frío es mi deseo.
Que canten para mí, ser para ellos
el árbol más sencillo, pues apenas
un eje vertical y un brazo abierto
conforman mi estructura permanente.
(Vendrá la muerte a dar vida a este sueño
haciéndome también ave de paso).
Y, mientras, ser tan sólo un trasto útil
entre el cielo y la tierra. Algo invisible
a los ojos de todos pero nunca
al ojo diferente de los grajos.
Quizá una golondrina
Como en el cuadro de Fra Angélico,
un pájaro, quizá una golondrina,
salta esta tarde entre las bóvedas del claustro
buscando una palabra en que anidar.
Y aunque no es este el año uno
ni estamos a finales del Trecento,
aunque ni el manto del azul más limpio
podría cancelar todas las deudas
que tengo contraídas con la vida,
aunque, Señor, yo no soy digno
de que entres en mi casa y la ilumines,
quizá, precisamente, por mi pobre
materia de hombre pobre y desvalido,
quizá porque este cuadro de Fra Angélico
me invita a adivinar que tú sí puedes,
quizá por esta humilde golondrina
que salta, como aquella del Trecento,
entre las bóvedas cuajadas
de estrellas rutilantes de este claustro
abro mi corazón y exclamo: fiat.
Sin título
TOMA en tus manos
este jersey tejido en nudos de memoria.
Consérvalo, porque algún día
recordarás las manos desgastadas
que lo tejieron en las noches de tu infancia.
Y no podrás volver. Y tendrás frío
cuando descubras que vivir
a veces es llorar.
Abrígate con el amor que en el jersey está trenzado:
lo que nos quita el tiempo
ha sido el tiempo quien lo ha urdido
en formas misteriosas y sencillas
que hilvanan nuestras vidas a otras tramas.
Es imposible amar fuera del tiempo,
nada infinito hay que se alcance sin su hebra
aunque la hechura de su amor
nos muestre su belleza en sacrificio
sólo al perder a quien más hondo nos ha amado.
No pienses, como Eliot,
que sólo el tiempo vence al tiempo,
porque el tiempo es invencible.
Más bien realiza hazañas cotidianas:
piensa en mamá, aprende a tricotar
tus horas en ofrenda:
-punto de arroz,
ochos perdidos,
espigas que se cruzan
con las agujas de la vida...-
Ponte el jersey
y teje otro jersey para tus hijos.
Sin título
TÚ no te acordarás, porque eras muy pequeña,
y dulce y rubia y vivaracha;
pero en algún momento de mi vida
yo lo he pensado cada noche.
La escena ocurre así y es muy sencilla:
mamá cantaba entre los melocotoneros
una canción sobre los ruiseñores.
Papá ha subido al cruce a echar el agua
y el agua está bajando por la acequia.
Tú no te acordarás, porque eras muy pequeña
-como los ruiseñores, yo diría-.
En realidad mamá te canta a ti,
que eres los ruiseñores de pequeña,
y el agua de la acequia
está en mis ojos ahora mismo.
Y es que yo muchas veces me pregunto
por qué era aquel un tiempo diferente;
por qué no ha vuelto a ser el trigo tan brillante
ni están los melocotoneros tan despiertos;
por qué la estampa barnizada de los almanaques
nos parecía tan hermosa al enmarcarla
como una puerta al campo en el pasillo.
Y la respuesta es muy sencilla y me conmueve
hallar toda razón en vuestras manos:
el mundo consistía en su ignorancia
y estaba la esperanza sin manchar en nuestros ojos.
Tú no te acordarás, porque eres tan pequeña.