CirCULOS de aceite
Doctor, cómo se lo explicaría yo... Claro, claro por el principio: Pues mire de niño tenía lombrices, unas lombrices enormes que picaban una barbaridad las cabronas, perdone, perdóneme usted este lenguaje tan ordinario pero es que es acordarme y es como si me picaran otra vez a puro rabiar. Lo pasaba tan, tan mal, que hasta sangre me hacía de rascarme y rascarme, un horror. Entonces mi madre me echaba sobre sus rodillas boca abajo y untaba con sus dedos mágicos aceite en mis partes, ya sabe, alrededor de todo el orificio anal... suavecito, suavecito, haciendo círculos y círculos, suavecito y más círculos, redondito, redondito hasta que salían las condenadas y entonces mi madre podía agarrarlas por su pescuezo de lombriz y se acababa instantáneamente el picor, ese picor tan horrible que me tenía destrozadito por dentro y por fuera.
En el parque, en el parque doctor, eso dijeron que debió ser producto de algún tipo de infección jugando en la calle... Bueno pues lo que le iba contando, duró tanto la infección, tanto, que me dieron los dieciocho con el temita del aceite y lo suavecito a cuestas. Con el tiempo y al fin el enemigo abandonó, pero a mí ya se me quedó esa cosa de los circulitos... Y madre no hay más que una. Una madre te unta hasta los ochenta si es necesario si a su hijo eso le calma los nervios...
Pero doctor el mes pasado, se murió mi madre, noooo tranquilo, ley de vida, que los noventa no los cumplía ya la pobre, Dios la tenga en su gloria. Y bueno pues que yo venía porque... esto es un efecto secundario de aquel largo tiempo de enfermedad, doctor, es como otra enfermedad que me ha tocado a mí, compréndalo, una enfermedad como otra cualquiera y entonces si usted fuera tan amable de firmar algún documento para que la asistencia médica del barrio se ocupara de mi problema… Yo no soy más que un enfermo, doctor, un enfermo cualquiera, un enfermo más, que necesita atención facultativa... Entonces, bueno, pues si fuera posible que me pudieran mandar a casa a una enfermera o a alguien de maneras delicadas… en fin ya sabe, una enfermera preparada y cuidadosa para mi tratamiento diario...
Las maletas cerradas
Tenemos ramos de quejas por todos los rincones de la casa. Les cambiamos el agua todos los días, y después echamos una aspirina dentro de ella para que los ramos duren más. Con tanto cuidado, las quejas están preciosas y dan una alegría a nuestra vida que ni se imagina.
La casa esta siempre radiante y ordenada.
Nuestras sonrisas sobreviven a salvo del polvo y del paso del tiempo, pegadas a nuestras caras en las fotos de nuestros viejos álbumes. Para que no se manoseen con el uso apenas los hojeamos. Al fin y al cabo ya sabemos lo que tienen. Así que las sonrisas están bien guardadas, dulces, e intactas, como el primer día. Las caricias también están planchadas y bien dobladas guardadas en las mesillas. Cada uno de nosotros tiene las suyas en el cajón de la mesilla de su lado de la cama. Por si acaso tiene la tentación de utilizarlas, que sea más cómodo llegar hasta ellas. Pero por no andar sacándolas y sobre todo por no arrugarlas no las usamos jamás. De vez en cuando, algunas mañanas, yo las saco, las aireo, les cambio el aroma del ambientador y las vuelvo a doblar por las líneas de siempre. Cuando se abren los cajones da gusto lo bien que huelen, y tienen un aspecto casi perfecto, lisas, como si nunca las hubiéramos estrenado.
Vivimos tranquilos, sobrevivimos al tiempo y a la rutina mecidos por el orden que reina en nuestra casa y la educación que nos caracteriza.
Y además de lo bien que lucimos por fuera, qué suerte, no nos aburrimos jamás. Porque cuando estamos a punto de hacerlo tiramos de los catálogos de reproches que siempre tenemos a mano. Sobre el fogón de la coc ina, cerca del sofá, a los pies de la cama. Abultados de hojas y jugosos de viejas historias que nos gusta recordar, con el afán ansioso y desesperado de los náufragos que tienen una isla a la que volver.
Aun así tenemos en una habitación, que siempre tiene la puerta cerrada, dos maletas a punto para salir de viaje. Están preparadas con varias mudas de invierno y algunas de verano. Tienen botiquín y neceser. Incluso están cerradas para salir corriendo. Porque sabemos de los sitios que nos quedan por visitar, de los lugares que nos quedan por conocer. Sabemos que la vida está esperándonos.
Pero aquí seguimos.
Bastaría tan solo con abrir la puerta de esa habitación. Bastaría tan solo eso.
Pero aquí seguimos.
Enfadarme contigo
Tengo al enemigo aquí. Lo tengo en toda mi superficie, lo tengo rodeándome, cercándome. Y si le hiciera caso siempre... Si hiciera siempre caso a mi piel... ¿Qué sería de mí? Me anularía sin remedio.
Por eso algunos días, como hoy, tengo que pedirle permiso a mi piel para enfadarme contigo. Tengo que buscar un aliado en ella, porque sé que todos juntos, mis huesos y mi corazón, mis neuronas y mi piel, somos más fuertes que por separado.
A fuerza de pedírselo, hoy, he conseguido que mi piel me hiciera caso, y no se acercara a la tuya durante horas ...