Para mí, tu lluvia
Tarde plomiza de verano. Abrí con avaricia las ventanas de mi fuego interior. ¿Por qué tanta soledad me anega? Mi cuerpo anhelante. La luz se tornó estaño. Una masa incorpórea, viva, se tendió dócil a mi lado. Su frescor resbalaba por mis senos. Gota a gota me sentí colmada. Beso a beso me supe completa. Para mí, mujer de lluvia, ente deseado. Quédate en el pliegue de mi vientre. Satisface mi penuria con tu plenitud. Gocemos. Te brindo el rincón de mi lujuria. Mañana tu manto sutil libará el fruto y te diré ven pronto que ya te extraño. Los accesos abiertos, el fragor implacable.
Por eso es mío, el deleite que me ofreces.
Cuerpo divino, mujer de lluvia.
Este personaje
Debía de estar latente en un pliegue del alma. Me colma de placer, me fustiga. Ayer se presentó en mi anodina existencia pidiéndome pasión, pidiéndome sangre. Yo desconocía aquellas mieles lujuriosas. Cerré los ojos, abrí los brazos con deleite, solté las amarras a la bestia adormecida. Fue tanto lo que gocé con su embestida que aún estoy agitada, deseando que vuelva a besar mi ansiosa boca. Este nuevo yo ha enloquecido.
Con él me quedaré
hasta que calme mi sed.
Cubierta por tí
Llueve. Desde tu reflejo deslumbrante siento cómo tu manto abraza mi avidez y me cubre. Te percibo toda tibia en el sabor de mi lengua. Te muestro, humedad ansiada, mi desnudez. Pleno en gotas, únicamente tu cuerpo me satisface. Abismal es el vacío cuando de lejos dices “con una chispa tuya encendería mi fuego”. Te anhelo en mi rincón de amarga soledad.
Mas nunca satisfago
el ardor que me atormenta.
Caldo vivo
Yo soy tú.
Mujer distinta, mujer de mi principio. Resbala tu savia por mi pubis utópico y me siento más tú que la quimera que late. Me desbordo y de tu manto absorbo el néctar que se esparce por mi vientre ahíto en tinieblas. Ella, mujer pagana, pertinaz me goza. Soy aluvión de llanto y de ceniza. A pesar de todo elevo tu rutilante llama. Soy pensamiento precario, noche bruna.
Tengo miedo
del aguijón que pudre mi pecho.
Mujer húmeda
Musitabas tras los cristales. Tu manto vaporoso bordado en gotas se esparció perezoso por mi lecho aún tibio. Tu boca húmeda y tierna abarcó mi boca. Eras el lenitivo que palió mi tortura.
Mujer única, mujer cercana y remota. No hay resto de mí que tu lengua no conozca. La sangre se inflama cuando el placer me recorre. Te espero mañana tras los cristales.
Tengo miedo
Colmada,
un sol tímido se asoma.
Cambiando
Estoy aprendiendo a envejecer. Comienzo la labor del deterioro. Asimilé de mis ancestros las enseñanzas. Fueron duras experiencias. Con el tiempo la piel se acostumbra a la arruga siniestra que marca su espacio.
En un rincón olvidado por la rutina, al fondo, está la luz que aún desconoce esta alteración que sobreviene. También mañana estaré sentada esperando.
Inexorable me mudará
en otra más triste.
No te encuentro
No te encuentro, no sé dónde te escondes. Me ha poseído un aprendiz de yo, pero tú –el verdadero, el que domina mi juicio- no me muestras tus defensas con las que me espoleas sin tregua. Retuerces la intención destruyéndome el ánimo.
Este yo con el que vivo, ruinoso y moribundo, lo arrastro como una maldición que se me dio.
La maldición que me impusieron
los verdugos de la lógica.
Fuego
Aquel día latí en la otra.
Se agitaban las brasas
de fuego preliminar.
Me asomé al abismo del yo.
Crepitaba el rescoldo dormido.
Cerré los ojos.
Y a pesar de ellas,
las que me cuidaban,
calmaban la sed.
Precipité el aliento
a las ascuas seductoras
y me dejé abrazar por la llama.
En el pretil de la cordura,
ellas mostraron mi destrozo.
No hay tiempo.
El lapso concluyó.
Las necesitas.
No enmarañes tu extinción.
Siempre ella
Afianzada en ella,
trascurre inexorable
el calendario de mis latidos.
A veces deseo escapar,
pero tambaleo.
La necesito.
Conozco mis miserias,
no me engaño y espero.
Sé que algún día abrazará
esa masa que no seré yo.
Hoy estoy aquí inhalando vida.
Ella acompaña mis errores
y los justifica.
De alguna forma.
Soy suya.
A veces parece
A veces parece que palpite un atisbo de avidez por ti. El deseo estuvo dormido en un pliegue perdido del aliento. Late sinuoso en el pulso fatigado, se asoma tímidamente a mi sangre, no lo alcanzo. Quizás no lo desee suficientemente.
A veces parece que perciba tu mano en mi piel, que tu boca se aferra a mi boca sólo un segundo. Después el ansia se diluye y desaparece. Sentirte de nuevo a mi lado un instante solo, corazón.
Mañana, cuando la luz del alba bese fría tu cuerpo desnudo, me seguirás deseando.
Ya no estará.
Me habré marchado.
Inicua petición
No pidas que vuelva,
no sé volver.
Corro y corro.
Formo parte del camino,
sujeta a la losa que arrastro.
Me alejo y la losa
estabiliza mi carrera.
No volveré.
Estoy a medio camino
de un futuro que no me atrae.
Me afianzo en la losa
para continuar.
No vuelvo la cabeza,
no queda nada.
Corro y corro,
ciega, es mi sino.