Sondas
Día tras día, envío sondas
hacia otros mundos, aun sabiendo
que están en éste, que sus órbitas
no los desplazan más allá
del universo que me cabe
en una mano o una mirada.
Mundos que giran al compás
del pensamiento que los crea,
aunque se rijan por sus propios
impulsos y sus leyes. Astros
emancipados, nebulosas,
constelaciones que están dentro,
que forman parte de la misma
causalidad que las sustenta.
Absorto y como parte, acaso
única parte viva, de este
prodigio, les envío sondas,
poemas, voces, intentando,
más que escrutar en un supuesto
conocimiento, conseguir
establecer contactos, puntos
de encuentro entre distintas formas
de una misma naturaleza.
Esperanzado, les envío
sondas que cruzan los espacios,
que tal vez logran suficiente
proximidad, aunque tan sólo
retornan una misma imagen:
la única imagen que conozco,
pero que ahora llega rota,
como devuelta a sus orígenes
por un espejo fragmentado.
De Los dominios del cóndor
Fecundacion por la belleza
Cercana a lo no dicho, su tersura,
resumen de impalpables
prolongaciones interiores, sube,
aflora, no real pero sí humana,
más humana por ello, a superficies
en donde el tacto o la mirada puedan
concertar el encuentro.
Polen o gota que se posa y hace
posible la germinación, en ondas,
en cálidos embates, del oscuro
material donde nutre sus raíces.
Todo lo bello emerge desde un fondo
de corrupción. Fermento
de internas levaduras, esenciales
destilaciones; nudo, confluencia
de toda incertidumbre es la belleza.
Y por eso es humana. Está en el borde
del accidente que se esencializa.
Delimita, sobrepasando, toda
verdad. Ajusta, ciñe
la realidad dos pasos más arriba.
Concreta, hace posible
el que las cosas permanezcan. Sube
desde lo más recóndito, del centro
en que la nada alberga sus semillas.
Ésta es su utilidad. Su gran manera
de acercarse a los hombres.
Sublimación de lo invisible, altera
los órdenes, asume
responsabilidades, eterniza,
da cuño a lo inmediato o pasajero,
pero elude para sí misma toda
fijeza o muerte; es breve, transitoria
como lo cierto, auténtica
como lo que termina;
su inestabilidad, su verdadero
ser, se diluye.
Y el contorno crece.
De Los dominios del cóndor
Anclado en mi tristeza de poeta
Anclado en mi tristeza de profeta
sé cuánto ha de valer lo que hoy recibo;
cuánto valdrá después esto que vivo
sujeto a este después que me sujeta.
Mi plenitud en ti quedó incompleta
y espera un no sé qué definitivo.
Mientras, cerca de ti, escribo y escribo,
poeta al fin, en tiempo de poeta.
Sé cuánto ha de valer; eso es lo triste.
Valdrá más que lo mucho que poseo
el recordar lo mucho que me diste.
Profetizado don, con que falseo
esta presente gracia que me asiste
y esa futura gracia que preveo.
De Los dominios del cóndor
Llueve en tus ojos
Llueve en tus ojos grandes. Llueve
mientras me miras y te alejas.
El cielo ha desertado. Llueve
sobre mi asombro y mi tristeza.
Una humedad de muchos siglos
va resbalando por las tejas.
El agua queda en equilibrio:
es el sonido el que gotea.
En cada charco de la calle
algo que aún vive se refleja.
Ese que pisas sin saberlo
sólo refleja mi tristeza.
El hundimiento de la tarde
es un naufragio sin tormenta.
La soledad, hecha jirones,
invade lenta las aceras.
Una farola me devuelve
tu gabardina soñolienta.
Es un instante. Tú prosigues
taconeando en mi tristeza.
La niebla enreda sus volantes
por campanarios y azoteas.
Lejos, al fondo de la calle,
se me disuelve tu silueta.
Pasa la tarde, al fin, la página
de su mojada indiferencia.
Por los confines de la lluvia
tus ojos llevan mi tristeza.
De Los dominios del cóndor
Signos en el polvo
Como el dedo que pasa
sobre la superficie polvorienta
del mueble abandonado y deja un surco
brillante que acentúa la tristeza
de lo que ya está al margen de la vida,
de lo que sigue vivo y ya no puede
participar de nuevo, ni aun con esa
pasiva y tan sencilla
manera de estar limpio allí, dispuesto
a servir para algo; como el dedo
que traza un vago signo, ajeno a todo
significado, sólo
llevado por la inercia del impulso
gratuito y que deja
constancia así en el polvo de un inútil
acto de voluntad, así, con esa
dejadez, inconsciencia casi, siento
que alguien me pasa por la vida, alguien
que, mientras piensa en otra cosa, traza
conmigo un surco, se entretiene
en dibujar un signo incomprensible
que el tiempo borrará calladamente,
que recuperará de nuevo el polvo
aún antes de que pueda interpretarse
su cifrado sentido, si es que tuvo
sentido, si es que tuvo
razón de ser tan pasajera huella.
De Límites
Madrigal de los ojos verdes
Desde el fondo de tus ojos
me hace señales el mar.
Bahías para el naufragio.
Puertos para no llegar.
Tu mirada marinera
me escora la soledad;
en sus abismos cabalgan
todas las olas del mar.
A la orilla de la pena
se me hace espuma el cantar.
Por el fondo de tus ojos
las barcas vienen y van.
De Los vientos
Otoño en llamas
Como cada noviembre, las tristezas doradas
del otoño llamean
en los castaños. Sube de los barrancos hasta
la nieve de los picos un confuso revuelo
de amarillos y malvas y, entre las peñas, cuelgan
los pueblos como blanca ropa tendida. Todo
vuelve a la transparencia.
El silencio aún no ha dicho su última palabra.
La azada al hombro, un viejo
de estopa y cuero baja bordeando bancales
camino de Atalbeitar. En sus ojos azules
no hay preguntas. Le queda
la eternidad entera para que alguien le explique
qué es esto de la vida.
Como un zorzal tocado
por el plomo furtivo, una hoja marchita
desciende dando tumbos de lo alto del álamo.
De Los estados transparentes