Estación de aldea
La tarde moría sobre las acacias.
Del campo venía la brisa aromada;
las aves callaban, los grillos cantaban…
La tarde moría.
Las rosas en sombra formaban guirnaldas
por sobre los arcos, junto a la campana,
y con sus agujas lento las flechaba
el reloj añoso.
La luna en creciente y estrellas clavadas
en un firmamento turquesa y de nácar.
El reloj añoso los sueños contaba.
La tarde moría.
Estrépito grande y una luz lejana.
Un temblor del aire por las enramadas.
Un silbo furioso: el tren que llegaba.
Las rosas en sombra.
Un ángel huía. La noche reinaba.
Estampa de los años 50
Ver la lluvia a través de los cristales
de un café de provincias en domingo:
los burgueses felices en su limbo
van y vienen por entre soportales;
las muchachas, distintas pero iguales,
que sin rumbo pasean en corimbo,
como erráticos ángeles sin nimbo,
buscando quien las haga terrenales;
una monja, un soldado, algún mendigo,
un famélico perro, cien paraguas
y las mismas campanas retadoras.
Fuma adentro el anónimo testigo;
ya no evoca ni espera ya otras aguas;
acabó por creer vanas las horas.
El patio del colegio
En los días de cielo encapotado
está más triste el patio y sus balcones
con maderas de viejos cuarterones
y baranda muy negra en mal estado.
Es un patio sombrío, encajonado,
y vencidos están sus canalones;
tiene sombras de hospicio/
en los rincones
y líquenes de sangre en el tejado.
En sus cuatro parterres frente a frente,
bajo humildes naranjos y rosales,
crece hierba salvaje hacia la puerta.
En el centro y de piedra una gran fuente
muestra pútridas aguas en la cuales
flota esta tarde una paloma muerta.
Epitafio
No ha de turbar mi tumba el ronco viento
ni la lluvia de inviernos sucesivos.
Para dejar tus lirios sensitivos
en vano buscarás mi monumento.
No deseo la tierra como asiento
ni siquiera en la paz de los olivos
ni estar cerca del mundo de los vivos
cuando acabe el sentir de cuanto siento.
Una tarde estival, celeste y tibia
llevarás mi ceniza al mar latino
y, en sus ondas disuelta, prontamente
llegará a Grecia, Italia y hasta Libia,
buscará algún palacio submarino
o hallará su quietud en el Oriente.
Ventimiglia
Conforme vas llegando a la frontera
se hace más y más íntima la costa;
dijérase las flores
se abren más de verdad
y el aire acuna músicas y risas.
En la modesta aduana
te exigen por entero pasaporte
la sincera alegría de vivir.
Escuchas el idioma
y recuerdas jardines que amanecen
con plática y amor de ruiseñores.
No es éste el mar adonde desembocan
las lágrimas sin fin
de quienes andan solos
ni es jungla de cristal
ni es urna de ahogados …
Aquí el mar tiene aliento de aventura,
júbilo de sirenas;
semeja casi un huerto o paraíso
de frutos azulados.
El cielo de esta tierra te sugiere
un salón para el baile de las almas
o una sábana añil
tendida por los ángeles.
¿A qué hablar más? Decir te bastaría:
“¡Ya me encuentro en Italia!”
Día de todos los santos
¡Difícil para un niño entender la muerte!
Día de todos los Santos
o día de los fieles difuntos.
Extraño para nosotros
visitar el cementerio:
aquello tenía el sinsentido
de las flores tronchadas;
era un falso jardín
donde sólo la piedra
en dolientes estatuas
alcanzaba su razón.
Entonces aprendí el nombre de los crisantemos
y el olor del agua corrupta,
la lentísima labor de las hormigas
y la vocación de eternidad
de los cipreses.
La vida se nos abría entonces
como una granada en sazón.
¡Difícil para un niño entender la muerte
por más que la nombre en sus oraciones!
En los teatros el Tenorio,
en el rostro de los mayores
el recuerdo de los idos o el temor.
Pero para nosotros
los días eran azules e infinitos
y aquellos senderillos
donde los pájaros cantaban
de manera diferente
sólo un sitio más para los juegos.
Cuál fuese el significado del negro
en el vestir de aquellas gentes
que pasaban como sombras
tardamos en saberlo.
Cementerio
Aquí, bajo esta losa
que una estatua, besada por la lluvia,
custodia, diligente,
el caudal se remansa de los míos.
Duermen todos –ya tierra, ya gusanos o nada-,
duermen todos y fueron necesarios
para que alcance ahora
el aura de mi sangre
la yerta rama de este pensamiento.
Aquí, bajo esta losa, cerca de estos cipreses,
reposarán un día
todo el fuego de playas al crepúsculo
que mis pupilas guardan,
todo el temblor de labios femeninos
que conservo en los míos cual tesoro,
todo el amor que el corazón me cerca,
todo el dolor que alienta mis entrañas.
¡Es tan breve la vida para tan larga muerte!
¡Es tan leve este mármol para tan áurea vida!
Fernando de herrera (1596)
Quizá se me reproche mi verbo de andaluz;
acaso no se estime mi empresa la más alta,
pero al caer la tarde, cuando la luz me falta,
preciso me resulta cantar mi propia Luz.
Yo un hombre soy tan sólo y amar fue mi blasón;
oculta al fin mi Estrella, ni sueño ya ni espero.
A los regios banquetes un buen libro prefiero
y un tiento de Correa que de la Fama el son.
Prefiero en fin mirando las aguas del gran Betis
los días ver hundirse que perseguir en vano
el oro que –se afirma- posee el suelo indiano
allende el oscilante trigal azul de Tetis.
Prefiero tosca saya que el roce del arnés
y a las doradas jaulas o cortesanas salas
do sólo la mentira posee libres alas,
prefiero mis callejas en torno a San Andrés.
Ella
Puedo hablar del viento en las cañadas,
del viento en las ramas de los olivos
y de las nubes altas, prendidas en un cielo celeste.
Puedo hablar del mosto dorado de este otoño
que guarda en sí el aroma y el sabor
de esta tierra salvaje y hermosa
-tierra de toros bravos y pájaros extraños-.
Puedo hablaros de algunas mariposas
que, zagueras de la primavera última,
giran aún entre las encinas,
y de los valladares de piedras
silentes bajo la tormenta.
Todos me entenderíais
•
Mas si os hablase de ella,
de María Teresa, que une en su interior
la arrogancia y la dulzura del viento,
el fuego del mosto recién pisado,
la belleza indefinible de las mariposas,
la firmeza de las antiguas piedras
y la emoción de todos los otoños
y de las primaveras todas…,
¿quién de vosotros me creería?
Adios
La vida se nos iba
en días inocentes
de mansa lluvia y frío en los tejados.
Leíamos sin orden, amábamos a veces…
El vano conversar y la esperanza incierta
nos llevaban el resto.
En días soleados
las fieles estaciones al paso por los chopos
-ya verdes, ya dorados, ya desnudossilentes
nos decían la vida se nos iba.
Y se nos fue la vida, ¡tan callando!,
sin traer una nueva primavera
después del largo y doloroso invierno.