Canción de viento otoñal con leve rima
Qué alegría, el viento,
y su sana afición de barrendero
cebándose en los plásticos vacíos
bogando a la deriva.
Qué alegría, habitante
perdido en los suburbios otoñales,
indiscreto ladrón de callejuelas
y tardes escolares.
Quisiera, yo lo sé,
ser edificio o estatua con plaza,
o al menos ser lunar
aferrado a tu espalda.
Qué alegría, el viento,
colérico anarquista
subiendo por los pliegues de tu falda.
De Postales de Grisaburgo y alrededores
Dime adiós a la orilla del río
Desde la otra orilla, justo enfrente
de nosotros,
la ciudad y sus luces
como un manto de niebla derretida.
A lo lejos el ruido de los barcos,
enormes cíclopes de vientre huero,
y una lluvia sutil y persistente
nos moja sin tocarnos.
Tal vez nunca volvamos
a la trinchera abierta de los sueños
ni a este invierno de frío apaciguado:
siempre tienen razón las despedidas.
El coche nos aleja
por carreteras bellas y escarpadas,
una música endulza los silencios,
las luces largas,
los abedules junto al río.
De Los labios celestes
El misterio
Puede alguien entender
el oscuro sometimiento que la noche
provoca en los ojos del amante.
Si alguien supiera explicarme con certeza
hacia dónde se dirige
la fuga que emprende la soledad
en dos cuerpos desnudos.
Conoce alguien acaso
cómo se limpia el alquitrán de la memoria
o la acometida frialdad de la luz
en las tardes de septiembre.
Entonces, me alegro,
será mejor que aprendamos a vivir
sin dioses.
De Postales de Grisaburgo y alrededores
Miguel Ángel Buonarotti
se mira las manos
Estas manos
tan broncas, trabajadas, quizá pobres todavía,
cobijan un secreto de paloma
y una emoción
latiendo en la región de sus pulgares.
Han sido siempre así,
eternas y recientes,
no tienen más amor que los metales
ni calidez más fiel
que aquella que encontraron en la piedra.
En la palma de estas manos, yo os lo digo,
hay un barco
y alguien debe conocer su nombre.
Si estas manos pudieran elegir,
antes de irse para siempre
elegirían,
el blanco de aquel joven de Calabria,
aquella noche de junio, aquella piel.
De Inédito
Canción del amante latino
Puedo sumergirme, dijo el amante,
en las frías estancias del olvido
si eso te hace bien,
o compartir el sino
de las aves
levemente nocturnas
que cargan el verano tras su estela.
Puedo romper las citas, los horarios,
el tiempo todo
si obedezco al rigor de tu llamada.
Y puedo, cómo no,
ser peregrino de tu sombra elástica
por calles y ciudades
hasta que un día llamado porvenir
decidas encontrarme.
Todo esto decía
el amante latino enamorado
y ella, memoria blanca,
lo creía.
De Postales de Grisaburgo y alrededores
Atardecer en la playa de rianxo
La tarde era sombría
y una playa minúscula
como yo nunca habría imaginado
nos ponía de acuerdo en lo más básico:
el ruido de las olas guarda un bosque
y era verde el color del horizonte.
Yo me quedé dormido
porque a veces la vida te concede un deseo.
Tus muslos me aguantaban la cabeza
porque sabes sin la altura de mis sueños.
Entonces el invierno hizo un amago
y el bar se quedó sólo
como aquellos dos cuerpos en la orilla
que ya no eran los nuestros.
De En la inútil frontera
Demanda griega de divorcio
Ahora que te marchas cae la bruma
sobre nuestra llanura devastada.
El aire huele a carne,
dispersas por la tierra
las vísceras de un sueño
que alguna vez fue tibio y compartido.
Nos llaman a la paz los mediadores
-inútil ruego-
pues yacen moribundas tus falanges
junto a los bravos arqueros
que en Tracia contraté para matarte.
Ya la vista se pierde irremediable
en la desolación del horizonte
hoy si acaso más acre y más añil
que el día en que iniciamos la contienda.
Por el Este vendrán los invasores:
ignorantes en leyes,
privados de poesía y de teatro,
y asaltarán con ira nuestra patria.
Los oráculos fijaron en su día
una misma sentencia para ambos:
la luz de las antorchas es la tumba
de las más arriesgadas mariposas.
Se inicia con nosotros
el tiempo de los bárbaros.
De Inédito
Engels se hace cargo de un hijo de Marx,
producto del adulterio.
Querido Federico,
tal vez debamos algún día
estudiar juntamente los motivos,
las razones, las causas, los procesos
de aquello más sincero que en la tierra cabe:
la amistad.
Y firmaremos el libro con tu nombre.
De Inédito