Ave de paso
Como el ave de paso que se posa
breve sobre un alféizar, en la tarde
ya turbia que sucede tras las ramas
desmayadas de un árbol así la frágil lágrima
sobre el párpado antes de alzar vuelo
con el que inicia su caída suave.
Esa es la tristeza verdadera,
ese trémulo antes sin medida
del llanto déspota y relámpago;
la tarde y los colores del desastre
tiñendo un cielo despiadado;
la mansa nieve de hojas amarillas,
no la tormenta. Quédate conmigo,
golondrina, no vuelvas a marcharte
en pos de mayos extranjeros. Quédate
donde estás cobijada, adornando
mi ventana; me haces sentir,
si no limpio, tampoco inmundo:
tal vez hermosamente desdichado.
De Aria contra coral
Presagio de mudanza
(XVI. Fac ut portem Christi mortem,
passionis fac consortem,
et plagas recolere.
Stabat Mater)
Se olvidará de mí la vida un día,
se olvidará la luz de despertarme,
y el tornasol del Sol vendrá a velarme
con Luna de mortaja compañía.
Estoy ahí, ahí, la voz vacía,
rogando ay y aliento para alzarme,
en la garganta un garfio al que aferrarme,
y el grito preso en la mordaza estría.
Heme ahí sola carne desahuciada.
Un cuerpo inerme, lívido e ingrato,
recién ceniza lo que fuera llama.
Heme aquí: esto. El alma descarnada.
Como aguardando de otra voz mandato
que le ordene: Levántate y ama.
De Las briznas
candencia
Cuando la vida vino ya era tarde.
Por vez primera, era tarde y daño.
Por vez primera, primavera estéril,
vino tarde de sol, pronta de otoño.
Y cuando vino, vino pleno aroma,
pleno sentido, intenso hervor, amor
fragante, luz candente, frutal piel,
miel para la caricia, seda o lengua.
Cuando la vida vino yo era tarde
penumbra subyugada por las sombras,
brumosa soledad entretejida,
limo de fondo, misterioso poso
de lo que fuera alguna vez yo mismo
hace ya cuánto. Tanto. Cuando ayer
fulgía en mí una luz desesperada:
tan tenue brillo, tan jardín tan triste
ahora. Y cuando vino estaba ahí,
ahí mismo, a mi vera cerca y pulpa,
sonrosada manzana del árbol prohibido
que la mirada roza, tienta, y goza,
y la mano sostiene presintiendo
su sabor y su gusto hasta la encía:
y el terrible bocado de su nieve agridulce,
y el saber que la vida no se vivió en su vez.
Cuando la vida vino yo era otoño.
Brumosa soledad entretejida,
tan tenue brillo, tan jardín tan triste.
Cuando la vida vino vino a muerte.
De Las briznas
Antes de un beso
Existe en un lugar, en un instante
secreto de los labios,
un jardín de alas húmedas
donde las aves en flor, inseguras,
no buscan ni se encuentran enmudecen,
construyen tibio nido que, mullido
y limpio como sus primeras plumas,
hogar será de pétalos y bocas.
Entonces suceden los labios.
Y se abren, y florecen, y susurran
su forma oculta, y dicen su sabor,
y saben a jazmín fragante, a néctar
antes que a miel que al descubrir su propia
dulzura, se sonrosa tímidamente.
Y en ese laberinto de las rosas,
en ese espejo que duplica pétalos,
alas, júbilo, labios, hay dos
que, abrazados como hiedra a la hiedra,
han empezado a comprender
qué significa la palabra siempre.
De Poemas perplejos
III
Amar. Amar sin rumbo.
Amar a la deriva.
Nauframar…
De Nocturno, fugaz y triste
IV
Como castillos de arena los sueños
se derrumban. Apenas hacen ruido.
Acaso la caída de una lágrima
turbase más la noche silenciosa.
De Nocturno, fugaz y triste
VII
Cuando haya pasado algún tiempo,
cuando los días, todavía intactos,
recorran el espacio que dista del instante
en que recuerdes vagos los anhelos;
cuando sus horas, todavía informes,
desvelen su sentido tenebroso
y con desnuda mansedumbre aceptes
haber sobrevivido a toda ausencia;
cuando, honda desolación,
ya ni siquiera en la memoria yazgas
como sobre el lecho en el que fuiste
razón de ser,
razón de amor,
razón de vida
o corazón de un corazón cansado,
o miel sobre la hiel sobre la herida agua,
recuerda entonces, corazón, recuerda.
Salve,
trémulo fulgor de esperanza.
De Nocturno, fugaz y triste