VII
Goya mirando majas ve caprichos
y ve desastres, guerras y destierro
en ilustrados monstruos razonables.
sonsaca el pus del mármol de Minerva
amasándolo en manicomio, en aquelarre.
ni duquesa ni alba en su negrura
lo salva de ese instinto de la especie
saturnal y antropófaga: santo hospicio
de España. ve un perro semihundido
sin un dios que le ladre y averno ve
y cuchillos -con Buñuel— en el aire.
¡qué mundo tan goyesco y descendientes!
viéndolo bien Quevedo nos lo advierte:
"fantásticas escorias eminentes".
De Lodos lotos
IX
Falo que vulva desflorada finge
tubérculo que tu ano esculpe y fiota
como una estalactita de antracita
como vieja vejiga antes pelota
que si al tocario se deshace, hiede
seguro no es de oro ni es bellota
De Lodos lotos
X
Tiresias no adivinas que a tu ruina
andróginas tetitas hamacabas
por tugurios tebanos, ciego, andabas
profetizando incestos y derrotas.
Atenea te cegó y Zeus la gracia
de predecir desgracias te donó.
viviste más que un hombre al
hembra ser, longevo y padecer,
nueve veces sobre una, más placer.
De Lodos lotos
XV
Te atreves a cruzar
—forma arriesgada—
de un vértice a otro vértice
de Io pleno a lo vano de
la nocturna transparencia
a la clara espesura —pobre
tlpula tú- donde arderás
en la llusoria gloria
de esa luz.
De Lodos lotos
XVII
Fibroma apenas forma
quistico queso humoso envuelto en útero
talibán esperpéntico, cunita
alquitranada de termitas ¡pero
qué asco en tales ascuas cueces!
¿qué insuflaa? ¿sífilis o Sobibor con
tu cesárea abierta hacia esos gases?
contranatura todo lo que toques
y en el legrado liendres y en-
cefalopatia espongiforme.
De Lodos lotos
XVIII
Menhir dolor y devenir
en roca —testa tolteca-
arraigada a qué rictus a
geológicas simas penitentes
a Sísifo en las altas electro-
cutaciones venideras.
menhir es pasmo y nunca
devenir hllandera.
De Lodos lotos
El sordo cerca de Bagdad
¿Nada te atañe o todo, testaferro?
Forúnculo en el fémur del cretáceo
desvencijando, afganas, las alfombras.
Un tirabuzón tan aterido
entrando en topo, en cava y tú,
tranquilo, apelmazado ahí
donde el zodíaco vira a sotavento
y gesticula ese bochornoso halo
del adiós por la puerta lateral
de la enfermería (sala de partos).
Con todo, te esperan.
Un enano de rebenque a la salida
de la charcutería y una eslava
(ojos verdes) nodriza de no sé quién.
Te esperaban,
porque hace un cuarto de hora
que entraron al convento, indecisos aún
los pretenciosos de si merecían
o no merecían, y claro que no merecían.
El sacerdote los vio de lejos, pero
disimuló; levanto el cáliz hasta
la empuñadura para tapar así el rictus,
el calcáreo cactus de la encía que,
hiperestesiado por tal presencia,
chorreó hasta el glotis
un invisible merengue de alfajor.
Qué felonía, venir a molestar, así,
en plena pascua. Atragantados
entre la pizza matutina
y ese helado de pistache pasteurizado
en el kibbutz del húngaro.
Anabaptistas todos, alzados
como canes sobre el can-can
de la heredera que se hace
la distraída pero, de reojo,
bombea la testosterona del alcalde
hasta que éste salpica
(se mancha el macramé).
¿Y los doce oriundos, qué hacen?
Maceran la primicia, la reparten
como en aquella célebre Cena,
y ni sobra ni falta. La rebaba
última va al roedor, para que se vaya
aquerenciando en la peritonitis
del navideño engorde.
¿Quién invento la lupa?, se pregunta.
Nadie le dice la verdad;
nadie nada en esa blanca crema de Babel,
volcánica. Ladran, ladrones de lo ajeno.
Nipones existencialistas tan atolondrados
que aprietan el origami...
De La saga del sordo
Sin título
Hay luz, hay árboles,
mujeres sediciosas y sedientas, hay
colibrí en el aire de la rama,
hay cebolla y laurel y luna llena,
hay un poeta que dijo: “el mundo
esta bien hecho" -y tenía razón
el alumbrado-, hay el olor del pan
sobre la mesa, el tiempo de la raíz
y de la madre, la mano amiga
sobre la curvatura del dolor
que irrumpe en el derrumbe
y nos levanta, ¿y qué otra cosa
hay?, un porvenir plural, o sea;
diversos porvenires por venir porque
“sería raro que hubiera uno sólo"
-Borges decía en su asombro-; y hay
lo innominado de las cosas (lo que
no dice Dios no dice el hombre),
esa rara certeza de lo esquivo: ámbar
savia de amor surcando sola; aquello, ay,
que se nos calla sin caerse y se dice
a sí mismo en el silencio. Yo no sé
lo que hay -cómo saberlo-, deduzco
el murmullo de un rumor de mundo,
un ronroneo de raíz, un feliz salto
selenrta de zahorí se necesita
para abarcar desde esta flecha
el blanco inalcanzable.
No hay blanco, no te ilusiones
porque aquí no hay blanco, hay
dogo encaramado en cada árbol,
hay un gruñido de tendón que aterra
a toda la planicie. No hay China
de muchachas con sus trenzas, no
te ilusiones: galope de bárbaros
imberbes y dólmenes dormidos
y algún viento entre los indistintos
ideogramas, eso es lo que hay- si es
que algo-; la mano, por ejemplo,
hundida en nada ésta, o los pectorales
de los dedos escarbando
en el sellado secreto del palmípedo,
ansiando asir el protoplasma invertebrado;
la mano ya hace mucho que no piensa,
no hay un solo cartílago que diga
la verdad. No te ilusiones; nunca
hubo ni antorcha ni verdad; oscuro
es el cielo del jaguar que sangra y
cela sin saber, Tu sopla, delata,
hombre, tu dolor, si puedes.
Pero la luz es un deber que impera
en cada espasmo...